Hace ya diecinueve años que salió a la venta el primer Final Fantasy de PlayStation 2. Final Fantasy X (FFX) llegó imparable a nuestras consolas con el aval del éxito que habían cosechado sus entregas previas para PlayStation (VII, VIII y IX) y con la promesa de la revolución técnica que suponía el salto a la nueva generación de Sony. Esto fue tal que así que FFX fue el videojuego responsable de que en mi casa compráramos la PlayStation 2. Teníamos tantas ganas de jugar a este título que mi hermano y yo compramos la consola entre argucias, argucias que supusieron el enfado justificado de mis padres y el que sería tal vez el castigo más severo que nos impusieron en lo que a jugar a videojuegos se refiere. Pero hablemos de lo que nos interesa.
FFX no solo supuso una revolución técnica para el momento, quizá incluso a la altura de aquellos que vivieron la transición de los 16 a los 32 bits con Final Fantasy VII, revolución que quedaba reflejada en un apartado gráfico y sonoro que no se había visto hasta la fecha (Aún recuerdo como se me desencajó la mandíbula con la cinemática inicial del partido de Blitzball). FFX también supuso una revolución en la narrativa, en la forma de contar su historia, y esto último creo que fue lo que verdaderamente hizo que esta obra quedase grabada en el recuerdo de aquellos que sentimos pasión por este medio. Aunque de esto ya hablé en su día en la sección ¡Inolvidable! ([¡Inolvidable!] Zanarkand (Final Fantasy X)), me gustaría en la presente entrada abordar este aspecto con más detalle, honrando como es debido la que es una de mis entregas favoritas dentro de la saga de Square.
La “cinemática” de introducción de FFX fue bastante atípica, si teníamos en cuenta a sus predecesores, y suponía la carta de presentación de una forma de narrar a la que no estábamos acostumbrados en Final Fantasy. Durante esta cinemática, tras ver a los protagonistas de esta aventura, que sabíamos que lo eran gracias a las imágenes mostradas en la prensa de la época, reunidos en unas ruinas en torno a una fogata, podíamos escuchar en voz alta los pensamientos de Tidus, nuestro protagonista, dirigiéndose directamente al jugador empleando ese recurso de “romper la cuarta pared”: “Escuchad mi historia. Puede ser nuestra última oportunidad”. Sin saber exactamente lo que estábamos viendo nos estaban mostrando lo que sería una de las escenas finales del juego y, lo que es más importante de cara a la narrativa, nos estaban diciendo que iba a ser Tidus quien nos contara esta historia.
En este último detalle radica la que sería la peculiaridad narrativa de esta entrega y es que, a diferencia de lo que habíamos experimentado en entregas previas, FFX iba a ser narrado en una primera persona “mas pura”. Nos alejábamos, por decirlo de algún modo aunque no era tal, de la “impersonalidad de la tercera persona” utilizada previamente para adentrarnos verdaderamente en los pensamientos del protagonista de la obra. El Yo del personaje del videojuego se situaba más próximo al Yo del jugador. Ya no sólo estábamos encarnando a Cloud, Squall o Yitán, sino que en este caso además de encarnar a Tidus pasábamos a formar parte de él y de sus pensamientos. No solo controlábamos a Tidus sino que nos convertíamos en Tidus, aspecto que quedaba reflejado en la forma de contar la historia, en la que constantemente irrumpía la voz de Tidus a modo de narrador hablando en pasado, y que se potenciaba gracias a la introducción de la expresividad facial en los personajes posible por los avances técnicos. Si bien ya podíamos con las entregas previas de Final Fantasy empatizar con las reflexiones de personajes como Vivi o Yitán, este cambio narrativo fue una clara invitación a la empatía y a la personificación del personaje. Ya no solo querían que conociésemos la historia de un grupo de personajes, querían que la viviésemos y la hiciésemos nuestra desde un punto de vista más personal.
Esta invitación a formar parte del personaje, de Tidus, favorecía de sobremanera ya no solo la empatía con nuestro protagonista sino también la inmersión y el sentimiento de identificarse con la historia y de formar parte de la misma. Mientras jugaba siempre sentí esa empatía solo posible gracias a esa evolución narrativa que te hacía formar parte de la historia. Esto, junto con el hecho de que siempre he pensado en FFX como una metáfora de la adolescencia, periodo en el que tuve la suerte de disfrutar de este título, hicieron que experimentara este título dentro de mi contexto vital de un modo especial, sentimiento que no se repetiría hasta que jugué a Final Fantasy XV (Tal como comenté en mi entrada La Vida en Videojuego). Aunque de esto no fui plenamente consciente hasta que la madurez que otorga con los años la experiencia me permitió tener una visión global al respecto.
¿Y por qué digo que FFX es una metáfora de la adolescencia? Porque la adolescencia es esa época de la vida en la que se cierran las puertas de la infancia para que se abran las puertas de un mundo caótico, desconocido y del cuál cuesta sentirse parte. Del mismo modo que Tidus se ve arrastrado a abandonar su Zanarkand natal para acabar en una Spira en la cual es un extraño y de la cual no siente que forma parte. FFX trata, aunque esto ya lo veíamos en entregas previas, muchos temas sensibles que uno no se plantea hasta que empieza a asomarse a la ventana de la vida adulta: religión, vida después de la muerte, racismo, ecología, amor, sacrificio, esperanza y frustración, persecución de los sueños, conflictos familiares… y un largo etcétera. Temas que desde un punto de vista infantil no se suelen comprender y que empiezan a irrumpir en el pensamiento del adolescente. Además, el propio personaje de Tidus con su carácter rebelde y desenfadado a los inicios de la aventura y su posterior evolución a medida que se desarrollan los acontecimientos en parte recuerdan a ese adolescente que pone en duda todo lo establecido. Tampoco quiero irme más por las ramas, pero este es otro de los motivos por el cual muchos de mi generación nos sentimos más participes de la décima fantasía que de las entregas previas.
Anteriormente mencionaba los avances técnicos en la expresividad facial como factor que potenciaba esta empatía con el personaje. Los avances técnicos y la mejora gráfica, aunque a algunos les pese, juegan un papel fundamental en la personificación y, en consecuencia, en la capacidad de generar empatía de los personajes de los videojuegos. Es lógico que cuando un personaje de ficción más se asemeje a un ser humano tanto a nivel psíquico como físico lo identifiquemos como a un semejante y empaticemos más con él. Por este motivo las sensaciones y sentimientos que pueden transmitirnos y producirnos los personajes de los títulos de hoy en día, algunos muy cercanos al fotorrealismo tales como Detroit: Become Human (PlayStation 4 – 2018), poco o nada tienen que ver con las que nos producían los personajes de los videojuegos de los 80-90. No digo que unos estén mejores o peores construidos, que los personajes de títulos antiguos no puedan transmitirnos valores o que no nos podamos sentir identificados con ellos, no por nada mi personaje favorito de la saga Final Fantasy y uno de los que más me ha transmitido es Vivi, que por no ser no es ni humano. Lo que quiero decir es que como ser humano nos es mucho más fácil sentirnos identificados con un Tidus capaz de reír, gritar o llorar que con un Squall cuyo rostro estaba compuesto por un puñado de píxeles.
Además, en FFX a todo el conjunto previamente mencionado se sumaba una banda sonora magistral, muy en la línea de lo que nos tenía acostumbrados Nobuo Uematsu, cuyas melodías muchas veces apelaban directamente al sentimiento. Yo me quedo con una de estas melodías, que ya señalé en mi entrada de ¡Inolvidable! sobre FFX pero que nunca me cansaré de compartir pues es una de mis favoritas de toda la saga:
Favorito o no, más o menos mítico e influyente que sus antecesores, lo que esta claro es que FFX empleó un nuevo enfoque narrativo y supo aprovechar de sobremanera los recursos de los que disponía poniendo a nuestro alcance una obra mucho más próxima e íntima a nuestra esfera personal que lo que habíamos visto previamente. Una obra maestra que dejó una merecida e imborrable huella en la historia del videojuego y que todo aficionado o amante de los videojuegos debería disfrutar al menos una vez en su vida.
Habías publicado esto hace unos días pero he querido esperar para poder leerlo en el PC y con calma. Decir que fue mi segundo Final Fantasy y me llegó muy al corazón. Me pilló también en plena adolescencia y vamos que sentía su lucha como la mía propia. La banda sonora, los personajes, la historia, la jugabilidad es sensacional. Un gran análisis me ha entrado otra vez muchas ganas de volver a jugarlo. Un saludo compañero!
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¡Muchas gracias por comentar y compartir tu experiencia Umi! 😁 A mi FFX también me dejo huella y como bien dices, y no podría haber elegido mejores palabras, también sentí su lucha como la mía propia. Es genial ver como los videojuegos pueden influir de esa forma en nuestras personas.
¡Me alegro mucho de que te haya gustado la entrada! ¡Un saludo! 😁
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Es curioso como la edad y circunstancias hacen que sintamos y percibamos los juegos de forma diferente, yo lo jugué con mas edad, más de 25, y lo que más me tocó la fibra, fue la relación de Tidus con su padre, en la batalla final, rodaron lagrimas por mis mejillas, porque había cebolla, no por otra cosa. 😉
Es un juego encantador, el ultimo que el sistema de batallas era por turnos, la música, el tablero de esferas, todo lo hace muy especial. Sobretodo, por el argumento y la forma de narrar la historia como ya se dijo.
¡Gracias por el artículo, saludos!
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¡Me alegro mucho de que te haya gustado la entrada! 😊 La verdad es que el combate final es la culminación a un viaje y a un juego increíbles 😁 ¡Muchas gracias por comentar y compartir tu opinión! 😁
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